Charles, catequista, servidor y maestro
El 19 de enero pasado nos dejaba Charles, catequista de la misión de Bembéréké (Benín), mientras luchaba contra su crónica enfermedad en el hospital de Tanguita, de los Hermanos de San Juan de Dios.
Conocí a Charles en enero del 2004, año en el que decidí regresar a Benín con un doble objetivo, cumplir con mi ansiado reencuentro con África y reforzar nuestra presencia en la misión de Bembéréké, que corría el riesgo de finalizar prematuramente.
Conocí a Charles en enero del 2004, año en el que decidí regresar a Benín con un doble objetivo, cumplir con mi ansiado reencuentro con África y reforzar nuestra presencia en la misión de Bembéréké, que corría el riesgo de finalizar prematuramente.
A pesar de su juventud, Charles era ya una persona madura, cuya identificación con la misión de catequista, como servidor del anuncio de Evangelio (otros lo llaman, sin salirse del lenguaje técnico y, por tanto, término oscurecido para el pueblo sencillo, “ministerio”) y su progresiva encarnación en la vida del cristiano, en sus diversas etapas, llamaba la atención por su profundidad, claridad y sentido pedagógico.
El catequista lo es casi todo en una comunidad naciente o joven. Aglutina, une y reúne a la gente en torno a la oración, la Palabra, la celebración. Organiza, cuida y anima la vida de la comunidad. En ausencia del sacerdote, preside las diversas celebraciones, en especial la del domingo, y si, como muchas veces sucede, esa ausencia se convierte en vacío, él no sólo mantiene viva la fe, sino que, además, unido a su comunidad, se preocupa de su crecimiento y extensión. Y además es pionero a la hora de buscar soluciones para mejorar la vida del pueblo en todos los aspectos de la vida.
Jóvenes entusiastas en su mayoría, con el reconocimiento y apoyo de la comunidad quien es la que realmente le escoge entre los demás, el elegido es enviado para un no pequeño período de formación, necesario para un buen servicio de los suyos. Conocer la vida de Jesús, los evangelios y demás escritos de la Biblia, la historia de su pueblo y la vida la Iglesia, se imponen como materias necesarias en esa etapa de aprendizaje. Y todo con el convencimiento de que el mensaje de Jesús, su Buena Noticia, es lo mejor que podemos dar a la humanidad, para crear el hombre nuevo, en una sociedad y un mundo nuevos.
Pero la formación del catequista no se reduce sólo al conocimiento y vivencia de la fe cristiana, es necesario además profundizar en el trabajo común y solidario y desarrollar su vocación profesional para no depender posteriormente de los demás y realizar su misión con entera libertad y gratuidad. El catequista no es una persona “liberada”, al estilo de los domesticados sindicalismos que conocemos, al contrario, debe dotarse de los medios necesarios que, viviendo del fruto de su trabajo y el de su familia, su mensaje y testimonio puedan ser creídos por su autenticidad y su ausencia de interés personal.
Charles encarnaba todo lo expuesto más arriba. Claro, no de manera perfecta, vasija de barro como cualquiera de nosotros. El ser catequista le constituía y eso es lo que le hizo superar, en tiempo récor, una severa dependencia del alcohol – tentación acentuada en su ambiente -, recuperando rápidamente lo que ese mal bastante endémico, le había arrebatado. Y a partir de ese momento, vivió, y vivimos con él, quizá la mejor y más provechosa etapa de su vida al servicio no sólo de la misión, sino de toda la iglesia diocesana de N’Dali.
Charles fue una verdadera mano derecha para todos los misioneros asturianos, desde el comienzo en Bembéréké en el año 1987, continuando la misión iniciada por misioneros de la Sociedad de Misiones Africanas, algo más de tres décadas antes. Pero sobre todo Charles era las muletas necesarias que sostenían nuestro trabajo, ignorantes de la lengua local, costumbres y demás, hasta poder prescindir de ellas, que no de él.
Autodidacta, gran observador, agudo, sabio, conocedor profundo de su cultura y su lengua, Charles regaló a nuestra iglesia local elocuentes catequesis, belleza expresiva y traducciones excelsas que no sólo traducían, sino que además traslucían nuestras titubeantes explicaciones y homilías, que embelesaban a los más jóvenes.
Papa Francisco, gracias por instituir la misión del catequista como un ministerio o servicio, digno de ser vivido como tal por personas a quienes el Espíritu infunde ese don tan especial e importante para la vida de la Iglesia. Toda la iglesia africana con sus muy numerosos y numerosas Charles, te lo agradecen infinitamente. Y por todas partes se seguirá su ejemplo.
Descansa, querido amigo Charles. Gusuno ù gafara kua!
Alejandro Rodríguez